La ética como acción política

Solange Camauër
Dra. en Filosofía

La ética no es un conjunto de reglamentaciones y valores que las diversas instituciones sociales o la tradición prescriben. El término “ética” proviene de ethos que en griego implicaba un modo de ser, de actuar, una forma de vida que, ulteriormente, se traducía en costumbres. La ética, más que un discurso normativo es, primero, un ejercicio de pensamiento para poder elegir y que redunda en formas de actuar. Como la ética supone una actitud reflexiva, un trabajo de elaboración de las reglas existentes, es que el sujeto ético puede liberarse de mandatos arbitrarios, crueles o despóticos que un gobierno, una asociación partidaria o una religión pueden querer imponer. Aunque, claro está, la reflexión también puede llevarnos a seguir defendiendo principios que benefician al conjunto: democracia, igualdad.

El trabajo reflexivo, ético, que realizamos respecto de los códigos que rigen nuestra vida en común es una forma de establecer una relación lúcida, no solo con los principios políticos (polis) que regulan la comunidad, sino con nosotros mismos, pensar los códigos es reconstruirnos (individual y colectivamente) en esos códigos y no meramente repetirlos o padecerlos. Objetarlos, cuestionarlos, defenderlos es ir dándonos una forma –ética- en la que nuestras potencias podrían adquirir la plenitud posible aun en un mundo que parece cerrar cada vez más posibilidades.

Ahora bien, como cualquier planteo ético es un planteo acerca de los modos de ser y vivir, los razonamientos abstractos acerca de la ética son insuficientes. Lo dicho hasta aquí es teóricamente correcto e, incluso, deseable pero se desprende de las anteriores premisas que la ética precisa de capacidad reflexiva y de cierta libertad de elección y acción. Cuando los ciudadanos son sometidos a constantes situaciones de atropello y maltrato, tantas que el abuso se naturaliza hasta paralizar es difícil que exista la actitud ética. Es ahí donde la ética pide educación y ternura.