Autor: | José María Di Paola |
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Si bien hace ya varios años que la Iglesia argentina trabaja en el campo de la prevención y asistencia de las adicciones, la creación de la Pastoral Nacional de Drogadependencia a fines del 2007, dependiendo de la Pastoral Social de Conferencia Episcopal Argentina, tuvo como propósito integrar los esfuerzos y acciones de toda la Iglesia para dar respuestas concretas a este preocupante mal de nuestro tiempo, denunciado en forma unánime por los Obispos en el documento ”La droga, sinónimo de muerte”.
En ese primer escrito, la Iglesia decide recoger el eco doloroso de muchas familias de todo el país, con hijos atrapados por los efectos de la droga y sus secuelas de muerte y destrucción y denuncia que la droga y su comercio de muerte se han instalado en el país, en la escuela, en el club, en la esquina, en los boliches y recitales, en la cancha, en las cárceles y hasta en los lugares de trabajo. “La Iglesia no puede permanecer indiferente ante este flagelo que está destruyendo a la humanidad, especialmente a las nuevas generaciones” (Doc. Aparecida, 422).
La Iglesia entiende que todo lo que esté relacionado con la droga es deshumanizante, anula el don de la libertad, sumerge en el fracaso los proyectos de vida y somete a las familias a duras pruebas. Los familiares y amigos de los adictos se enfrentan día a día, con impotencia, a un enemigo de enorme capacidad de mal.
Para los sacerdotes que compartimos nuestra vida con los residentes de las villas, hay discusiones de la política de drogas que quedan verdaderamente alejadas de lo que pasa en la realidad. En marzo de 2009, y en pleno debate sobre la reforma del marco normativo de drogas en Argentina, desde el seno del equipo de sacerdotes para las villas de emergencia emitimos nuestro primer documento titulado “La droga en las villas: despenalizada de hecho”.
En este documento, planteamos la dicotomía que se presenta entre la vida en los barrios obreros y la irrupción de la droga en la villa. Hablamos de un contexto en el que a diario, miles de mujeres y de hombres honrados trabajan para llevar el pan de cada día a la mesa, y miles y miles de niños con sus guardapolvos desfilan por pasillos y calles en ida y vuelta a la escuela. Hablamos también de la fe de la comunidad. La contracara, el lado oscuro de nuestros barrios, es la droga instalada desde el 2001 y despenalizada de hecho. Sostenemos y reafirmamos que el problema no es la villa, sino el narcotráfico.
En junio de 2013, a través de un nuevo documento titulado “No criminalicemos al adicto”, la Pastoral Nacional sobre Drogadependencia advirtió acerca de la creciente tolerancia social y disminución de la percepción del riesgo al consumo de estupefacientes. En este sentido, entendemos que más allá de los avances significativos en materia de inclusión social que se realizaron en los últimos tiempos, todavía falta mucho. Percibimos una ausencia histórica y estructural del Estado frente a esta situación. Y no se trata de ningún gobierno en particular, sino de algo que como sociedad no terminamos de asumir, de encontrarle la vuelta. En el centro del problema no están las sustancias, sino el ser humano, nuestros hermanos que sufren por las drogas.
El último documento de la Comisión Nacional de Drogadependencia de la Conferencia Episcopal Argentina se presentó en el encuentro realizado a fines de noviembre de 2014 en un sitio emblemático: la parroquia Cristo Obrero de la Villa 31 de la ciudad de Buenos Aires.
“Este es el ayuno que yo amo -oráculo del Señor-: soltar las cadenas injustas, desatar los lazos del yugo, dejar en libertad a los oprimidos y romper todos los yugos; compartir tu pan con el hambriento y albergar a los pobres sin techo; cubrir al que veas desnudo y no despreocuparte de tu propia carne”. (Isaías, 58, 6-7)
¡Cuánto dolor y sufrimiento puede causar el consumo de alcohol o drogas! Cuántas preguntas nos hacemos para entender qué les pasa a nuestros hermanos que quedan entrampados en la adicción. Lo sabemos, no es siempre así: se puede disfrutar un vino en las comidas, una cerveza con amigos o incluso pueden existir otros consumos que no resulten tan dañinos.
Pero hay otras veces que el consumo se viste de negro para lastimar toda la vida, llegando incluso a destruir familias enteras. Todos conocemos alguien cuya vida fue arrasada por una adicción. Violencias, depresiones, accidentes de tránsito o de trabajo, suicidios, cárceles, psiquiátricos, abandonos… todo puede pasar bajo los efectos del alcohol o las drogas. ¡Cuánto daño! ¡Cuánta vida destruida! ¡Cuánto dolor!
Desde distintos espacios y enfoques la Iglesia acompaña a quienes sufren porque el consumo de alcohol y drogas se les volvió el problema central de la vida. El tema es una preocupación en nuestras comunidades. Se han dispuesto grupos para usuarios de alcohol o de drogas, para padres, para hijos, para parejas; Granjas, comunidades terapéuticas, centros ambulatorios, casas amigables, centros preventivos, casas de medio camino, asesoramiento de profesionales y especialistas. Muchos proyectos y dispositivos específicos orientados a que quien sufre a causa del consumo de drogas pueda reorganizar la vida y salir adelante.
Sin embargo, más allá de estas respuestas específicas, que deben estar, vemos que las dimensiones del problema son mucho mayores, se trata de un asunto de gran complejidad. Estamos convencidos que no hay soluciones lineales para problemas complejos. Porque si el problema son las drogas, entonces la solución es el tratamiento para alejarse de ellas; pero si además de las drogas el problema es la vivienda, el desamparo, una familia disfuncional, la dificultad de encontrar un trabajo, la soledad, las dificultades para permanecer en el sistema educativo, las enfermedades asociadas, la estigmatización sufrida, los conflictos con la ley o lo que sea, entonces es evidente que un tratamiento de recuperación no puede alcanzar toda la solución. No basta abandonar el consumo de drogas para que los problemas se resuelvan. No existe una institución capaz de tener adentro todas las respuestas.
Resulta evidente entonces que la solución de los problemas que vemos relacionados al consumo de drogas no va a estar solamente en la disposición de dispositivos específicos (comunidades terapéuticas, casas de tratamiento, grupos de autoayuda, etc.). Podemos hacer miles de centros de recuperación con los mejores profesionales, pero si el resto de la sociedad no se compromete, sino acompañamos a resolver todos los problemas que llevaron al consumo o que se siguieron del mismo, el trabajo habrá sido en muchos casos insuficiente. Deben haber centros de tratamiento especializados en el problema, deben haber muchos más de los que hoy hay, pero si la comunidad, si la iglesia toda no acompaña a resolver la vida no habrá demasiado cambio.
Si Dios se hizo hombre para compartir todo lo nuestro; como Iglesia nada de lo humano nos puede ser ajeno y mucho menos el sufrimiento de nuestros hermanos. La Iglesia, como casa de todos, como familia grande que no quiere dejar a nadie afuera, busca hacer lugar. Por eso es “Iglesia en salida”: con misericordia primerea, se involucra, acompaña, da fruto y celebra (Cf. EG 24).
Gran parte del problema de consumo de drogas está vinculado con la comprensión lineal del asunto y con un tejido social que se fue deshilachando. Las relaciones de colaboración y cuidado entre familiares, amigos, vecinos o compañeros de trabajo se han ido empobreciendo, la conciencia sobre la propia responsabilidad social se fue licuando en nuestras mismas parroquias, así como en la sociedad en general.
Este empobrecimiento del tejido social está directamente relacionado con los valores que enarbola nuestra sociedad de consumo. Dice el Papa Francisco: “Una de las causas de esta situación se encuentra en la relación que hemos establecido con el dinero, ya que aceptamos pacíficamente su predominio sobre nosotros y nuestras sociedades. La crisis financiera que atravesamos nos hace olvidar que en su origen hay una profunda crisis antropológica: ¡la negación de la primacía del ser humano! (…) La crisis mundial que afecta a las finanzas y a la economía pone de manifiesto sus desequilibrios y, sobre todo, la grave carencia de su orientación antropológica que reduce al ser humano a una sola de sus necesidades: el consumo. (EG Nº 55) Y luego recuerda: “El individualismo posmoderno y globalizado favorece un estilo de vida que debilita el desarrollo y la estabilidad de los vínculos entre las personas, y que desnaturaliza los vínculos familiares.” (EG Nº67).
Ricos y pobres, todos nos encontramos atravesados por esta realidad del consumo que exacerba el individualismo, deteriora las relaciones humanas y empobrece el tejido social. Una consecuencia de esto es que resulta muy difícil encontrar gente que quiera hacerse cargo del que está sufriendo.
Hoy queremos invitar a pensar que el problema de las drogas es complejo, que toda la sociedad debe ser parte en la respuesta y que comprende también una dimensión cultural relacionada con las creencias y valores. Mientras los valores sean el consumo, la comodidad y el confort o la salvación individual no tendremos respuesta frente al sufrimiento que ocasionan ciertos consumos de droga. Si seguimos pensando que es un problema que deben enfrentar exclusivamente los especialistas y nos desentendemos, entonces no abrimos las puertas a un verdadero cambio. Tantas veces nos dejamos invadir por un miedo que nos aísla, por un egoísmo que nos separa. Incluso hay veces que nos desentendemos porque no sabemos qué hacer.
Creemos que los valores que nos propone el Evangelio son el fundamento para la reconstrucción del tejido social: la confianza, la solidaridad, la hospitalidad, la paciencia, la cercanía, la projimidad, el amor, la renuncia de sí mismo… La gente da lo mejor de sí cuando es mirada con amor, no con desconfianza, no con miedo o prejuicios, cuando es respetada a pesar de las diferencias.
El profeta nos llama a no desentendernos de nuestra propia carne. Hay tantas mamás desesperadas que necesitan ser escuchadas y contenidas; tantos pibes que necesitan que alguien los cuide; tantas personas que se complicaron con el alcohol y quisieran ser reconciliados, mirados con amor, ser hallados dignos de confianza. Acompañar a los que sufren por estar su vida comprometida con el consumo de drogas es algo que todos podemos hacer desde donde estemos, nuestra fe nos empuja a hacerlo con amor y organización. Dar confianza, un trabajo, o una oportunidad es tan importante. También desde nuestras comunidades podemos organizar espacios preventivos como los oratorios, exploradores, grupos juveniles, etc.
Nadie puede decir: este no es mi problema. Todos: vecinos, empresarios, comunicadores, sacerdotes, docentes, grupos de oración, médicos, abogados, obreros, cada uno desde el lugar que le toca está llamado a colaborar en la solución, a poner su parte en el armado del pesebre de la vida.